Escuchar el sonido infernal de la carpintería de al lado sonorizando con el ruidito que hacía el refri, me provocó salir a dar un paseo por las calles del pueblo. Unos tenis y una chaqueta fueron los elementos básicos para emprender el viaje.
Saliendo de mi casa, me encontré con un perrito salchicha que paseaba a un señor gordo de sudadera amarilla. Caminé hasta que vi una brecha que concluía en el lago. Bajé por esa calle, caminé durante veintisiete minutos. Me encontré a una muchacha que cargaba una pala en sus manos y la estrellaba en la tierra con estremecedora fortaleza. Llegué al final de la brecha y descubrí que había conchitas revueltas con arena, ideas, lirios y tierra oscura. Di unos pasos hasta tocar el agua con mis pies, no pude evitar mojarme y soltar un suspiro.
Ver las montañas fusionarse con las vaporosas nubes me atrapó circularmente en un pensamiento: los niños no sólo lloran cuando tienen hambre o sueño o frío sino que esa enorme laguna hermana del mar es una lágrima, una lágrima que colecciona lágrimas de todos nosotros cuando fuimos niños, cuando fuimos grandes, cuando lloramos también por algún juguete en el supermercado o por nuestro primer amor y desamor, una lágrima íntima de alguna diosa gigante por ahí escondida entre los cerros.
Mis pies conectados a la tierra, mis ojos tan cerca del cielo. Pasaban los minutos y yo sentía los ojos trabados de tanto ver. Mi cabeza giraba y mi cuerpo la seguía. Ese día nada interrumpía el romance que vivíamos el agua y yo.
Todo estaba quieto y en silencio, esperando que algo grande sucediera. De pronto, un pájaro cantó y asustó al caballo que me miraba despistado.
La noche se venía, el sol se metía, el caballo me miraba, y yo, sólo tenía ganas de parar el tiempo, detener al sol, convertir al caballo en perro, abrir dos veces más los ojos y escaparme con esa Diosa.
Regresé a casa por orden de ese alguien que algunas veces me domina, encendí unas velas y me hice un té. Eran las ocho, los de la carpintería se habían ido y el refri había caminado hasta afuera. Mis tenis estaban mojados. No había miel en la alacena.
de felicidad, lágrima de felicidad. También se llora de eso.
ResponderEliminarDefinitivamente.
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