Si voy a empezar a hablarles de mi tengo que inciar con algo que los mantenga interesados desde la primera frase. Como en las películas. Tal vez lo logre, sólo ustedes lo saben.
Mi vida empezó con la idea de voltearme de cabeza. Sucedió de tal manera que a mi mamá le tuvieron que hacer cesárea una noche de octubre, para que después ella y mi señor padre consumaran la disparatada idea de girarme también el nombre. En honor a mi abuela paterna la señora Cristina, me registraron como: Angélica Anytsírc: Cristina al revés, leído de atrás para adelante, pero con "y" griega, y por si no fuera ya bastante, hay que decir que la tilde la lleva la "i" (dato importante para su pronunciación), a pesar de que muy pocas personas logran decirlo bien a la primera, no me desagrada, de hecho me gusta.
Lo que diré a partir de ahora son letras para llenar la hoja de algunos detalles de mi vida y lo que puedo decir que soy. Soy una viajera incansable y también soy una loca. No de sanatorio mental, no (todavía), pero sí soy parte de la harina del otro costal. Mi mamá Cristina siempre me lo decía. A veces sí soy Cristina al revés y no por llevar la contraria, sino porque giro con frecuencia de lo que algunos llaman "normalidad" hacia hacer las cosas no mal ni bien, diferente. Me gusta hacer lo que me gusta y hacerlo con amor, por ello siempre me comprometo hasta el límite con mis metas. Eso te lleva a tremendos enfrentamientos hasta contigo mismo. A mi me interesa conocer, me gusta viajar, los retos, la cultura, la escritura, la fotografía, la música, el cine, el arte y todo lo que a mucha gente le parece una pérdida de tiempo.
A mis dos años me inicié en la literatura, subiéndome a la tarima en las fiestas del pueblo el día de las madres a declamar un poema que me abuelita me enseñó. Los organizadores le habían dicho a la Güera -así le decían a mi abue- que me darían poco tiempo porque seguía la premiación de las reinas. Recitando "Qué bonita canastita" yo ya entrada en el ritmo, me aventé tres de corridito. De ese día sólo recuerdo la canasta y el vestido blanco con flores rojas que llevaba puesto.
Mi niñez fue normal, como la de todos los niños que juegan, hacen tarea y lloran. Yo no lloraba mucho porque mis papás nunca nos permitieron los berrinches. No tuve nintendo, pero anduve en patines. Y siempre me metí a mi casa más temprano que mis amigas, esas eran las reglas. Las cosas siguieron su curso hasta que crecí y un día desobedecí a mis padres. En lugar de irme a misa con ellos un domingo me fui a Plaza del Sol a despedir a Rigo (mi amor adolescente en aquellos años de preparatoria) se mudaban él y su familia a vivir al extranjero. Santa regañiza obligada y merecida me gané.
Después de mi fiesta de "Quince años" que tradicionalmente me introdujera como señorita al mundo, evento social donde las fotos se revelaron descubriendo mi cara con una seriedad absoluta, no sé porqué siempre que son mis fiestas siento que no soy yo la festejada, se me olvida atender bien a los invitados y me brinco la barda (a veces, literal), supongo que es una condición psíquica. Bueno, tras terminar los dos años y medio de prepa que me faltaban, decidí entrar a estudiar diseño gráfico en la Universidad de Guadalajara. En ese momento empezó la andanza, antes de saber si había sido aceptada y después de presentar el examen de ingreso, hablé con mi papá acerca de la posibilidad de irme a Los Ángeles a estudiar arte. Con su apoyo y el de mi mamá me fuí, entré al
College y estudié arte. A los 21 años me enteré de una beca para estudiar en España y apliqué. Trabajé hasta con los codos para poder irme. Unos días de edecán en el teatro de la Universidad, otros, dando tutorias de inglés a chinos y coreanos y los fines de semana vendiendo palomitas.
Con mis ahorros, dos maletas y todas mis emociones dentro, llegué a Salamanca. Donde viví 6 meses y asistí a veces sin dormir a la Universidad. Entre la fiesta, estudiantes de todo el mundo, tortilla española, mi amiga Diana, el bronceado espectacular y envidiable abdomen de nuestra roomie Milena la brasileña pasé mi primer aventura viviendo lejos de mis padres. Allí conocí gente, lugares y aproveché para viajar con mi mochila por algunos países de Europa. Un año después, volví a hablar con mis papás sobre la idea de irme nuevamente a estudiar a Londres -yo muy vivilla ya había solicitado la beca, antes de quedarme fuera- Mis papás en aquel tiempo vivían desconcertados por mis decisiones y a pesar de que la situación económica no era muy buena, siempre me apoyaron en todo.
Londres, agosto de 2002. Comencé a escribir. Todos los días después de mis clases me sentaba en una banca afuera de la escuela y me ponía a imaginar historias de la gente que pasaba. Hasta que tuve que ponerme a trabajar por las noches en un bar de
sushis. La vida es muy cara en Londres -y es cara, así solita nomás, papas y arroz, trasladarte, nada de lujos- por supuesto, mis ahorros no sobrevivieron mas de dos meses, así que me tocaba escuela de día, trabajo de noche, resistencia nivel casi cero.
Cuando volví a Los Ángeles me vino la idea de volver a Guadalajara. En 2003 comienzó a trabajar para la Universidad de Guadalajara en la dirección de promoción y difusión cultural. Dos años después decidí estudiar la licenciatura en letras hispánicas. Y así fue que volví a mi encuentro con la poesía e inicié mi romance con el café. Me hice experta en el arte de comer en
"topergüer", salir de la oficina siempre tarde, viajar en el lío de transporte público y escribir ensayos de madrugada. Fue hasta que compré mi primer carrito trabajando horas extras varios años en la producción de espectáculos para la FIL. Por accidente me fui relacionando con el periodismo trabajando en la dirección de comunicación social de uno de los municipios del estado, sin hablarles mucho de mi desventurado paso por el Congreso de Jalisco. En 2010 me metí en el extraordinario embrollo de dirigir y producir mi primer cortometraje documental
"El otro lado de la moneda" un rescate de historias de personas que han ido y venido del país, con el objetivo de abordar el tema de los flujos migratorios y sus diversas y, a veces, opuestas perspectivas sobre la situación social, educativa y política de México. Así fue que empezó mi
international affair con el cine.
Durante los últimos años viajé por varios estados de la República trabajando para una editorial de revistas turísticas, lejos de la paga lo que me cautivó desde el inicio fue conocer los secretos del México surrealista y escribir mis crónicas de viaje (oigan, no sé a ustedes... pero a mi que me paguen por eso es un trabajo de ensueño), pero también un oficio bastante pesado y que al paso del tiempo terminó por agotarme. Luego de eso, me involucré de lleno en la creación de diversos proyectos culturales en editorial, teatro, cine y televisión como guionista, realizadora y productora en México y Estados Unidos. Y así yendo de Ajijic a Nueva York, Guadalajara- Los Ángeles, patas pa'arriba nuevamente.
Casi marzo, 2014. Ha girado mi vida 180 grados. Conocí a mi esposo en Guadalajara hace un año y ahora vivo con él en el sur de Francia. Sigo escribiendo, pinto a veces (creo que no soy buena... me decepcionó tanto lo último que hice que terminó alimentando la chimenea), tomo algunas fotos para documentar mis historias, aprendo francés, me sumerjo cada día más en el enigmático mundo de la agricultura orgánica, usos y costumbres de los quesos, la cultura del vino y la mafia franco-italiana del aceite de oliva. En mis convergentes y trasnochadas horas trabajo en el guión de mi primer largometraje, soy ama de casa y doy clases de inglés en mi casa para ahorrar mis centavitos y comprarme una nueva cámara.
Al final lo que es, no puede dejar de ser. O mejor dicho: "Árbol que nace torcido, jamás se endereza". En mi caso, todo empezó al revés. Las hojas abajo y las raíces arriba.