miércoles, 9 de enero de 2013
mandalas
Las once y cuarto de la noche, una taza de té, un par de naipes, unos ojos grandes en el fondo del mar. Duermo y despierto profundamente. Vuelvo y me voy nuevamente.
(...) y me dibuja
en el espacio, en vilo, hasta que el beso
se posa curvo y recurrente
para que a fuego lento empiece
la danza cadenciosa de la hoguera
tejiédose en ráfagas, en hélices,
ir y venir de un huracán de humo...
Las dos y cuarenta, una almohada delgada y azul, formas inconstantes de pensamientos absurdos y hermosos.
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